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martes, 19 de febrero de 2013

Comentario a "Vaguedad" de Bertrand Russell



En este ensayo pretendo mostrar que la vaguedad de la que habla Bertrand Russell en su ensayo “Vaguedad” no es mala si se es consciente de ella y se sabe usar correctamente. Defiendo que gracias a la vaguedad tenemos un lenguaje ágil. También insisto en la necesidad de saber que todas las palabras, en cierta medida, son vagas. Y destaco la importancia de advertir tal vaguedad para evitar un error a la hora de comunicar algo a alguien.

Todo técnico de sonido sabe que la calidad final de una grabación digital es la que proporciona el componente de más baja calidad usado en el proceso. Para grabar sonido, se necesita un micrófono, un cable, una tarjeta de sonido y un soporte que guarde lo grabado. Entonces, en una escala del 0 al 10, suponiendo que 0 es el mínimo de calidad y 10 el máximo, si la calidad de la tarjeta de sonido es 4 y la del resto de componentes es superior a 4, la grabación resultante guardada será de calidad 4.

Ocurre lo mismo con las oraciones. Bertrand Russell defiende que todas las palabras son vagas. Esto significa que no son exactas, que “la relación entre el sistema representativo y el sistema representado no es biunívoca, sino multívoca”. La mayoría de las veces que se usa la palabra “agua” es para referir al agua potable, y cuando no es potable, generalmente se especifica. Pero también es verdad que se puede tratar de “agua” lo que contiene un vaso “lleno de bacilos de tifoidea” sin apenas advertir el error. Russell pone este ejemplo para mostrar que la palabra “agua” es vaga.

Russell también explica que hay distintos grados de vaguedad. La vaguedad nace en nuestra incapacidad para conocer completamente el mundo material que nos rodea, y es un error que se acumula a todas las palabras que usamos para referir a él. Pero siempre en cierta medida. Cuanto más conocemos aquello a lo que nos referimos y más capacidad tenemos para describirlo, menos vago es nuestro concepto transmitido. “No podemos apreciar a simple vista la diferencia entre dos vasos de agua, uno lleno de agua potable, mientras el otro está lleno de bacilos de tifoidea. En este caso un microscopio nos permite ver la diferencia”, y reduciremos el grado de vaguedad de la palabra “agua” matizando que está lleno de bacilos de tifoidea.

Pero ¿sería posible un lenguaje para la vida cotidiana cuya precisión nos permitiese lograr un grado de vaguedad casi nulo? Responderé con una pregunta: ¿alguien estaría dispuesto a invertir un mínimo de tres horas de su vida para pedir una cerveza en un bar? Para evitar la vaguedad de la palabra “cerveza”, deberíamos especificarle al camarero la forma de la botella, su capacidad, la etiqueta, la composición química del producto, el tiempo que lleva hecho e incluso la frecuencia de vibración de las moléculas componentes de la bebida. Además, por absurdo que parezca ya querer una comunicación así, debemos tener en cuenta que la capacidad de prestar atención del hombre de manera continua no supera los tres cuartos de hora. Por tanto, el camarero estaría prácticamente incapacitado para recibir el mensaje.

Gracias a que las palabras son vagas, tenemos una comunicación rápida. Si la composición de la cerveza es indiferente, siempre que se mantenga entre unos márgenes, se puede usar la palabra “cerveza” para referir a cualquiera de las posibles composiciones dentro de tales márgenes. A su vez cualquiera puede servirse del contexto para que se le sirva la cerveza fría, ya que sería raro que en un bar de España no se sirviese la cerveza fría. Pero advirtamos que si se estuviese pidiendo la cerveza a la dependienta de un supermercado y se quisiera fría, si que debería especificarse que se quiere fría.

Por último, no se puede perder de vista que la cerveza que se pide, en última instancia, es una, concreta. Cualquiera de las posibles, pero solo una de ellas, no todas. Lo mismo pasa con las personas: todos nos sentimos identificados cuando se habla de “la persona”, pero no hay otra persona que cada individuo. Yo soy persona, y soy una realidad completamente distinta de ti, lector. Y esto no significa que tú no seas persona, también lo eres, pero ni tú eres yo, ni yo soy tú.

Las palabras nacen para referir a las cosas, pero no debemos olvidar que guardan una relación inmediata con el concepto, y el concepto es abstraído. Gracias a que una misma palabra tiene la capacidad de referir a múltiples objetos que comparten unas mismas características, hemos podido desarrollar un lenguaje útil. Pero debemos ser conscientes en todo momento de que, en último término, las palabras refieren a un objeto real y concreto, material.

Perder de vista esto en cualquiera de las palabras que compone una oración supondría poner en peligro la referencia de todas las demás palabras que compongan la oración. La vaguedad de la palabra mas vaga infecta la oración de la misma manera que un cableado de mala calidad puede acabar con la calidad de una grabación de música. Debemos ser cautos, porque no es lo mismo una pecera con peces que una pecera sin peces. Y tampoco “pecera sin peces” tiene por qué ser “pecera vacía”. Puede estar llena de canicas.