La filosofía “ya no se
dirige al hombre corriente, ni afronta problemas de amplio interés
humano”.
Quine presenta esta idea en su ensayo “¿Ha perdido la filosofía
el contacto con la gente?”. Explica que este último siglo la
filosofía ha sido invadida por términos técnicos y símbolos que
han construido una frontera entre los investigadores y los lectores
legos. Tal modificación del lenguaje ha permitido por un lado que la
investigación filosófica fuera más precisa. Pero el precio que se
ha tenido que pagar ha sido la pérdida del público aficionado, no
especializado: la gente.
En este ensayo defiendo la postura de Quine. Sí, a
la gente que no ha estudiado filosofía le cuesta seguir según qué
estudios filosóficos. Sobre todo si se trata de filosofía
analítica, que es la que más se estaba desarrollando en 1979. Pero
no por ello estoy de acuerdo con decir que la gente se ha alejado de
la filosofía. Los temas que preocupan siguen siendo los mismos. Los
filósofos no nos hemos alejado de la gente con la filosofía, sino
solo con el método.
Ya dice Quine que “no todo lo que es
filosóficamente importante es necesariamente de interés común”.
Pero me gustaría enfatizar este “no todo” que preside dicha
oración. Quine no está diciendo que ninguna cosa de la filosofía
sea de interés común, sino solo que lo son algunas cosas. Y, en mi
opinión, estas son las respuestas. Lo que interesa a la gente de la
filosofía son las respuestas
a las grandes preguntas. Pero solo la respuesta, no todo el sistema
que se ha usado para responder.
Pasa lo mismo con los cosméticos. La gente los usa
para retrasar el envejecimiento, para reducir las espinillas, para
disimular noches sin dormir... Y a nadie le preocupa lo más mínimo
su composición. Con que sea efectivo basta. Y no es necesario
conocer la composición de una crema antiedad para que haga efecto.
Solo es necesario aplicarla en el lugar correspondiente.
Se puede hablar de cosméticos a niveles muy
distintos. La conversación que pueden tener dos mujeres acerca de su
antiedad puede no tener nada que ver con la que pueden tener dos
farmacéuticos acerca del mismo producto. Las mujeres hablarán de la
efectividad del producto, quizá la compararán con productos
similares de otras marcas o comentarán lo que tarde en absorberse.
Dos farmacéuticos, en cambio, podrán hablar de la formulación
química del cosmético, de la dificultad de elaboración o del
precio de producción.
Sin duda, los farmacéuticos dominan mucho más el
tema del que hablan, sus términos
les permiten adentrarse más en la realidad a la que refieren, y les
pueden servir para especificar, por
ejemplo, una posible modificación del producto. Pero las mujeres
también están hablando del mismo producto. Y en ningún momento
tienen por qué estar mintiendo cuando dicen que huele raro o que
tarda en absorberse. Eso sí, el por qué tarda en absorberse puede
escaparse de su conversación.
En filosofía ocurre lo mismo. Si la discusión es
muy seria, si requiere una fuerte indagación en la realidad, quizá
sí que deba usarse un lenguaje que deje al margen el común de los
mortales. Un lenguaje especializado, fruto de mucho estudio previo,
rico en distinciones, muy preciso. Pero también se pueden tratar
temas filosóficos en una comida familiar, y nadie tiene por qué
quedar excluido de la conversación.
Y no es extraño que se pueda hablar de filosofía
en una comida familiar. ¿Cuantas veces hemos llegado a una
conclusión y luego no hemos sabido explicar cómo? No me creo que
una madre defienda lo bueno por encima de cualquier otra cosa por
pura fe. Ni por instinto. Hay algo más, hay cierta razón detrás de
todo. Cuando al padre se le acaban las razones ante su hijo
adolescente, sabe que sigue teniendo razón. Aunque no haya logrado
convencer al joven.
Ludwig Wittgenstein dice que la filosofía sirve
para “desata[r] los nudos en nuestro pensamiento” .
El trabajo del filósofo es esclarecer, hacer que se vea la conexión
entre los dos cabos de una cuerda. El filósofo del que habla Quine
también busca dar con la cuerda sin nudos, que forme un recorrido
lineal. Y la verdad es que yo me siento muy identificado con la
descripción de filósofo que hace el austriaco-británico.
Podríamos decir que incluso
he llegado a adoptar el oficio de filósofo por manía. ¡Soy
incapaz de escuchar música si los auriculares tienen algún nudo!
Aun así, tengo una amiga que puede soportarlo. Que es capaz de escuchar música con un mínimo
de veinte nudos en sus auriculares.
Y sí, la música se escucha igual. Que haya un
nudo no significa que el hilo quede cortado en ningún momento. Para
llegar de un cabo al otro se requieren más vueltas, pero se llega
igualmente. No tienen por qué desatarse los nudos para llegar al
final. La filosofía analítica puede no usarse. Y lo sé. Basta con
tener en cuenta que “mi madre me quiere” para saber que lo que mi
madre quiere que haga es bueno para mí. No necesito ni
siquiera analizar la situación para concluir que la acción
que me recomienda mi madre es buena. Y normalmente la madre no es una
filósofa analítica extraordinaria, capaz de contraer el tiempo
hasta tal punto que puede considerar una situación ajena a su vida
en su completud. Es simplemente una madre que ama a su hijo.
Los auriculares son los mismos, y sirven igual con
nudos o sin ellos. Del mismo modo los cosméticos de los que hablan
mujeres y farmacéuticos son los mismos productos. Y así, veo que la
filosofía de la que habla Quine queda reservada a pocos
intelectuales como yo, obsesionados, casi enfermos por la necesidad
de ver las cosas tan claras como sea posible. Incapaces de escuchar
música con un nudo en los auriculares. Pero el mundo sigue al margen
de nosotros, la gente muere sin saber de la inmortalidad de su alma,
e igualmente pervive en el eterno.
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